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Estilo DF Ludwika Paleta

por: Fernando Rivero Méndez

Apasionada de la escena.

 

Emma Solís es el nombre del personaje más reciente de Ludwika Paleta en su nuevo proyecto: Réquiem, puesta en escena original del joven dramaturgo regio Reynolds Robledo, en la que la actriz encarna a una férrea fiscal que compartirá el escenario de la sala principal de La Teatrería con el experimentado Hernán Mendoza, quien por su parte da vida al padre Michael Banks. La pena de muerte es el eje principal de la obra que dirige Enrique Singer, y una penitenciaría el escenario donde se llevará a cabo la ejecución, por inyección letal, al condenado a muerte más joven de la historia. En ese mismo sitio también tiene lugar un interesante e intenso diálogo entre ambos personajes, la fiscal y el sacerdote, en el que cada uno expone su postura y la de la institución que representa ante tan controvertido tema. Ludwika Paleta habla con EstiloDF acerca de esta obra que ya inició temporada y estará en cartelera unas semanas más.

 

¿Cómo describes esta historia?

Es una conversación entre un sacerdote y una abogada en torno a la condena de un recluso. Todo pasa en el tiempo real en el que se cuenta, es una obra que no deja de sorprender a quien la ve en el sentido de que no es previsible; plantea la contraposición de la Iglesia frente a la justicia, habla de cómo las leyes de Dios y las de los hombres a veces se enfrentan, aunque las dos buscan el bien común. No se trata de una reflexión acerca de Dios, sino de los seres humanos, somos la suma de lo que nos rodea, dice Enrique Singer, y estos personajes representan dos grandes ideas que de alguna manera han guiado al hombre desde que éste apareció. Y de tu personaje, ¿qué nos puedes compartir? Ha sido un proceso de mucho esfuerzo y trabajo porque es una obra difícil, es un texto interesante con sólo dos personajes; todo el tiempo estamos en un diálogo constante que requiere de mi parte el uso de tecnicismos que a su vez me exigen empaparme de lo que son las leyes y de por qué son de cierta manera, pues interpreto a una abogada con ciertas ideas y que toma decisiones.

 

¿Qué tanto te pareces a Emma?

Más bien creo que siempre debes buscar a tu personaje, justificarlo e indagar en qué puntos establecen contacto; todos somos y todos tenemos de todo, o sea, todos hemos explorado de cierta manera sentimientos como la envidia, el enojo, la ira, los celos, el estar enganchado con algo, el defender una causa, y hasta ese poquito de maldad que si bien muchos no la ejercemos porque no está en nuestra naturaleza, sí la experimentamos; por todo esto, creo que de lo que se trata, más allá de reconocer lo que hay en común, es explorar dónde está esa parte para luego explotarla.

 

¿Qué opinión tienes del trabajo con Hernán Mendoza y Enrique Singer?

Son dos seres padrísimos y profesionales, cada uno en lo que hace; trabajar con gente así siempre es más fácil y divertido. Comparo mi trabajo en teatro con un partido de tenis porque para que sea bueno, los dos jugadores deben estar al nivel, si no el encuentro se vuelve aburridísimo, pues el saque no te lo contestan de la misma manera y así no hay partido y todo se acaba rápido.

 

En esta ocasión, cada personaje de la trama defiende lo que le toca: uno, las leyes de la Iglesia; otro, las leyes del hombre, y no logran ponerse de acuerdo; es muy interesante que a lo largo de la historia surgen otros muchos temas, como el racismo o el planteamiento en torno al derecho a quitarle la vida a alguien sólo porque esa persona hizo lo mismo en contra de otra; ¿en qué momento aplica esta ley del ojo por ojo y diente por diente?, ¿es correcto aplicarla? ¿Esta obra ha cambiado tus parámetros acerca de alguna idea o concepto que creías que tenías muy definido?

No, pero me parece interesante observar cómo, en un mundo aparentemente civilizado, nuestras leyes no funcionan y entonces la gente ejerce la ley por su propia mano, ya lo hemos visto muchas veces en los pueblos donde se lincha a quienes rompen las reglas; en fin, hay una serie de cosas que hace la misma gente para tener justicia y éstas no siempre son justas, aunque digan que sí lo son, y así se desatan discusiones éticas y morales alrededor de diferentes valores. En Réquiem es interesante escuchar la discusión de estas dos personas que defienden su postura, los dos tienen la razón, los dos hablan de cosas completamente válidas, y al final no llegan a un punto de acuerdo. Lo importante es darse cuenta que muchas veces vamos por la vida sintiendo y creyendo que tenemos la razón, y no nos percatamos que quien está enfrente también la tiene. Para el público va a ser interesante justamente eso, ver esas dos perspectivas tan diferentes en torno a un tema, es lo más atractivo del texto.

 

Fuera de los escenarios, en tu faceta de mujer, madre, ciudadana, ¿qué tan a favor o en contra estás de la pena de muerte?

No puedo dar esa respuesta, no es algo que me toque a mí juzgar. En mi opinión es un tema que requiere una respuesta más allá de un simple sí o un no. En el caso de esta historia, el público que tenga una postura muy clara con respecto a este tema, al escuchar lo que plantean estos personajes se va a cuestionar porque se proponen muchos escenarios, es decir, no estás de acuerdo con la pena de muerte, pero si a tu hijo lo hubiesen asesinado, ¿qué querrías para la persona que lo hizo? Ahora bien, si esa persona que mató a alguien fuera tu hijo, ¿también querrías que le dieran la pena máxima? Justamente lo interesante es el ejercicio que plantea el texto al ponerte en los zapatos de distintos personajes, generando así un dilema ético muy fuerte.

 

¿Consideras que la trama es provocadora?

No necesariamente, sin embargo, a mí siempre me atraen estos temas que hacen cuestionarnos hasta dónde somos lo que decimos que somos. Por ejemplo, como cuando alguien exclama: “¡Pobres animalitos!”, y esta misma persona pregunta a otra: “¿Tú matarías a un animalito?”. Y la otra responde: “¡No!”, y vuelve a ser cuestionada: “¿Entonces eres vegetariano?”, y responde: “No, pero tampoco mato los animales que me como, alguien los mata por mí, yo sólo me los como”. Entonces siempre suelo preguntarme hasta dónde somos vegetarianos, veganos de clóset, hasta dónde somos respetuosos del otro, de la vida. Siento que un texto así viene de todas estas preguntas que probablemente Reynolds se hizo en algún momento y que terminó en Réquiem. Si bien nos estás dejando ver a través del teatro tu capacidad interpretativa, ¿no extrañas los sets de televisión? Es que no la he dejado de hacer, poco antes de que nacieran mis chiquitos estaba grabando La querida del Centauro, serie de la que hice dos temporadas y le fue muy bien; después, en cuanto nacieron mis niños, filmé una película que se llama Rubirosa, luego otra y después otra más. Es decir, tampoco es que por hacer teatro haya dejado de hacer otras cosas, me he mantenido frente a los reflectores y las cámaras, trato de hacer de todo, no quiero dedicarme sólo a una cosa.

 

¿Tiene un significado especial para ti estar en el teatro?

Poca gente lo sabe o lo imagina, pero crecí corriendo en el CCU (Centro Cultural Universitario). Me gustaba estar siempre alrededor de la fuente y así veía pasar junto a mí a los maestros (Luis) De Tavira, (José) Caballero o Ludwik Margules; ellos saludaban a mi papá, platicaban con él y luego los veía en mi casa. Otras veces me metía a los ensayos a ver a mi papá tocar o me asomaba a otros salones, y aunque no entendía lo que decían los actores, ahí estaba, a veces hasta me sacaban porque no debía ver eso. Por todo ello, para mí el teatro siempre ha sido un lugar muy familiar, sin embargo, después empecé a hacer televisión y me volví famosa; la gente cree que a partir de ahí empezó mi carrera, pero no, a mí siempre me ha apasionado la escena y la manera de entender la vida a través de otros personajes, el verte reflejado en ellos y vivir en ese mundo mágico que es paralelo a la realidad y a veces no sabes dónde empieza y dónde termina.

 

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